INDIA PARA NOVATOS

Repasando mis tesoros viajeros, pude encontrar un viejo cuaderno escrito a mano, con mis sentimientos sobre el impacto que supuso mi primer contacto con el continente indio. Quiero recordar, y dejarme llevar por la nostalgia. Comenzaba asi: Supongo que cualquier persona reacional encontraría palaciego el mastodóntico Hotel Holiday Inn Crowne Plaza de Dehli, pero tras trece horas de vuelo, tocando media docena de escalas, por muy aceptable que fuera el servicio de abordo de Royal Jordanian. Desde el piso 23, uno podía vislumbrar el latido de la caótica ciudad de Nueva Delhi. Para un turista occidental, que entra en el intenso país de puntillas todo resultaba desconcertante, y con una mezcla de miedo y excitación. A los piés del grandioso hotel, pequeños suburbios de casitas blancas se extendían de forma inconexa, y desordenada. Alla abajo, un puente por donde pululaban un enjambre enloquecido de motos, bicicletas tuc-tucs, y algún que otro autobús. Al fondo, camufladas entre la bruma mañanera, más rascacielos y algún que otro templo en la distancia. 

Me resulta bastante complejo transitir una idea detallada de lo que es la capital de la India, Nueva Dehli. La visita de la ciudad no disipó mis dudas iniciales, ni el despiste en el que me encontraba unas horas después, y que creaba una absoluta extrañeza. A groso modo tenemos dos urbes claramente diferenciadas, como una pareja mal avenida, a la que han obligado de cohabitar de forma forzosa a pesar de su diversidad. La vieja Dehli es un auténtica e intensa, y en donde podemos sentir el sentir de la verdadera India. En centro está ocupado por una opulenta mezquita de tres blanquísimas cúpulas de mármol, con un patio de losas blancas, que refulgían por la luz del sol, y despedían un calor insoportable para las delicadas plantas de los desnudos piés de los turistas occidentales. En un mar de fieles, todo es puro caos, e irreal hasta el punto de sentirte en otro mundo. Al bajar de las escaleras de la mezquita, y tras sortear una turba de pedigueños, fijé mi pupila en lo que me rodeaba. Todo el barrio era una sucesión de casuchas destarteladas, en cuyos bajos se articulaban una multitud de extrañas profesiones: vendedores de seda, dentista popular, escriba..etc. La confusión, ruído, canícula estival y gentío era demasiado intensa, hasta el punto de sentir dificultad para respirar. La visita al altar funerario en donde se incineró Gandhi, el padre de la patria, puso de manifiesto el lado más visual de la profunda espiritual del pueblo indio. Una simple losa de mármol atrae a millones de devotos hindues, que con pleno recogimiento dejan olorosas ofrendas florales sobre la «Ara funeraria».
La cara moderna de la ciudad corresponde a la «British Delhi». Ordenada, racional, civilizada, Muy colonial y evocadora, pero a su vez artificial y lavada, que pugna por mezclar lo mejor de dos mundos sin lograrlo plenamente. La puerta de la India, la nueva Delhi suele ser el primer paso para todo turista principiante, que se acerca al Rajastán. En nuestro caso, además de un destartelado microbus con el curioso nombre de Putana Travel, teníamos una semana para introducirnos de forma tímida en este fascinante país. A modo de aperitivo. Para más autenticidad un conductos Sij con un turbante, que según la tradición no se sacan para dormir, y que esconde un pelo que jamás se cortan. Nuestra fascinación se mutó en pena cuando la última noche, lo vimos con ropa occidental y un pelo perfectamente cortado, bailando en una discoteca, seducido por los placeres occidentales del tabaco y alcohol. Es que la India no es lo que era. Aventurarse por el país, en autobús es un riesgo no apto para cardíacos. Restos de vehiculos de todo tipo destrozados se arremolinan en los lados de la precaria autopista que cruza el Rajastan, y cuyas únicas normas circulatorias son: «apartate que soy más grande». Solo la fuerza, el tamaño y la intervención providencial de la mitología hinduista nos protegió de un desastre seguro. 
Los iconos turísticos de la India para principiantes son excitantes, pero no menos lo es cruzar por tierra el vasto país. Además de un susto por el que una desdentada y domesticada cobra, pasó de la cesta de un fakir de carretera, al bus en un descanso de carretera, nos seguía sorprendiendo la algarabia, y cuan abigarrado es todo lo que contemplábamos. Es como un perpétuo torbellino humano en aldeas, pueblos, con actividad frenética, desorden y caos. Uno se siente muchas veces acosado por cientos de ojos profundos, que contemplan con fascinación, y muchas veces con ironía como los occidentales luchamos contra los elementos. Sin embargo, el país transmite también placidez, nostálgia, y sobre todo enormes dosis de colores, olores, y sensaciones entremezcladas que han permanecido en el ambiente durante cientos de años. Te desorientan, te asustan, te fascinan y te desbordan. Colores como los saris de las mujeres el tono rojizo de los Fatepur Sikri, ciudad abandonada en donde todavía se puede percibir, a poca imaginación que le pongamos, lamentos, voces, ruido de agua, en una ambiente fantasmagórico, como un reino fantástico perdido. Los olores se notan en cada esquina. Putrefación, especias, flores, y suciedad, todo mezclado de forma curioso.
Sin embargo, por encima de nuestra percepción anímica, lo que dispara nuestra imaginación son los monumentos del país. Después de un corto viaje en una especie de Talgo local, visitamos Gwalior todavía agazapado de la presencia de la los turistas extranjeros, y que conserva, cual centinela a lo alto, un fuerte fantástico, con colorido atrevido, entre azulados, y ocres. Jaipur como una de las ciudades favoritas de los británicos, presenta una inquietante presencia de tonos azafrán en cada esquina. No solo en el Palacio de los Vientos, con sus celosias a través de los cuales las hembras del harem del Maraha oteaban el bullir de la calle, sino en todos los elementos del peculiar observatorio. Fort Amber, también encaramado en lo alto, nos hace recordar, lo tormentoso de la convulsa historia india. Hoy en día, solo unos plácidos elefantes, bastante acostumbrados a los aspavientos de los turistas, nos transportan a lo alto del fuerte, con un bamboleante equilibrio que amenaza con despeñarlos a poco que los paquidermos se impacienten.

Lo que cambia el sentido de nuestro viaje, es el Taj Mahal, uno de los iconos tradicionales del país, y motivo esencial de todo viaje. Cuando el momento de la visita se aproxima, sientes que fluye una corriente de inquietud por tus venas. Como una cita, que has estado esperando durante años. El acceso al recinto, se hace a través de un enorme porton de madera, desgastado por el tiempo, que se abre lentamente al viajero. Los corazones laten con intensidad, como un rebaño esperando a la presencia del lobo. Cuando elevas la vista, una vez abierta la puerta del recinto, y ves el enorme poeta de amor petreo al final, sientes una bofetada intensa de estética. Sindrome de Stendhal en Florencia?. paparuchas…debes contemplar el Taj Mahal. Enorme templo funerario erigido por un maraha a su amada Muntal Mahal, provoca escalofríos que recorren tu espina dorsal. Te acercas poco a poco y asustado, sin dejar de apartar tu mirada del monumento, y tratando de imaginar como sería, si se hubiese completado el monumento con su gemelo, otro templo igual pero en negro para enterrar el Maraha, y unido al de su amada por un puente. Te sueles descalzar sobre todo para captar más sensaciones, y fundirte con el entorno. Notar el calor a mis pies. Tocas el mármol, sientes cada por del monumento, y sobre todo tratas de clavar en tu mente todos los detalles del magno edificio.
Hablando de detalles más mundanos, quisimos extender nuestra experiencia alojándonos en hoteles tradicionales, antiguos palacios de marahas, y sobre todo en las habitaciones denominadas «clasique». Todo buena experiencia viajera, se debe completar con unos buenos compañeros de viaje, y en nuestro caso, nuestro recolecto y pequeño grupo ofreció dosis de complicidad inmejorable. Fue mi primer contacto con Asia, con la idiosincrasia India, una pequeña aproximación a un país que requiere enormes dosis de preparación anímica, pero que deja enormes huellas por la complejidad de los que vas percibiendo a cada paso.

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