Cuando el veterano guarda de seguridad portuario japonés me ve salir a las 4:30 de la madrugada del puerto de Osaka, debió de preguntarse: “estos gaijins” (guiris) están tarados. Con la amabilidad más paranoica y ceremoniosa de todo el pueblo japonés, hace una reverencia y me da los buenos días.

Estar en el puerto hasta las 18:00 implica maximizar el tiempo, si quieres aprovechar el motivo esencial de mi viaje: Kyoto. Con solo el dinero justo tomo el primer tren JR a Kyoto cuando los japoneses dormían. Opto por un regional desde Osaka Station, una de las varias que tiene la mega urbe. Tras 35 minutos estaría en el destino más hermoso de Japón.

En el tren descubro que el día no sería propicio. No puedo cambiar dinero, está nublado y mis rodillas deciden comenzar a molestarme ya de mañana. “Lo tenían claro debían aguantar si o si”. Consigo cambiar dinero en un dispensador automático de la Kyoto Station, y como todos los bonos de transporte en Japón son 500 yenes o sea 4 euros, tengo el problema del transporte solucionado. Las cosas mejoraban, y hasta salía el sol por momentos. No hay ciudad más tradicional y tópicamente japonesa y hermosa que Kyoto. La localización estratégica de los templos en las colinas adyacentes habían salvado los 2000 templos de los bombardeos y todavía se conservan.

A primera vista, lo que rodea a la gran estación de Kyoto es una20140428_064928 (Copy) sucesión de modernos, anodinos y altos edificios grises. Nada que llame la atención. Pero sabía perfectamente a donde dirigirme.

El programa es extenso, y a las 6:00 tomo el bus 206 a Higashiyama, la colina donde se concentran extensos parques, callejuelas históricas, y templos. La ciudad permanecía en silencio. Solo algunos aventurados y previsores turistas, se apresuraban.

Mi Kyoto debería incluir varias facetas. Pronto descubriría que ni rodillas, ni el nublado iban a frustrar mis expectativas. Antigua capital, alma del país, cantada por poetas, centro religioso, cultural, de poder y hasta filosófico, Kyoto es el superlativo nipón de todos los tópicos.

La Kyoto de las Geishas: Memorias de una Geisha

Lo confieso. La delicadeza, sutileza, refinamiento de esta preciosista película de amor, que hizo soñar, y derramar lágrimas era mi motivo esencial de visitar Kyoto. Nos recuerda la vida de una Kyoto tradicional e intemporal. El mundo de las Geishas es incomprendido en occidente. Tras un largo proceso de ilustración en las artes tradicionales son acompañantes, nada de prostitutas. Como decía la película, vendemos nuestro arte, no nuestro cuerpo.

Caminan de noche en el tradicional barrio histórico de Gión,DSC02207 (Copy) destino a sus compromisos. Aunque salen al anochecer, tuve la suerte de vislumbrar a una que volvía de su trabajo, algo desaliñada y otra que me da que era un reclamo turístico.

Gión es un barrio algo adulterado por la presencia turística, aunque nos recuerda una ciudad de casas de madera, lámparas tradicionales, salones de té, y “japonesísima”.

El Jardín del templo de Heian Shrine y su puente de madera es uno de los inspiradores momentos finales. Y cinco minutos, en la linea suburbana JR Nara en Inari esta la localización de escena más famosa. Sayuri corriendo por los encarnados toris del templo de Fushimi Inara.

Es una escena con una potencia visual indudable. El maravilloso puente de madera de Heian Shire es la escena climax final, en donde los protagonistas se juran amor eterno en una puesta en escena soberbia.

La Kyoto de los templos.

El más hermoso, el de Kiyomizu. Y los japoneses también lo saben y suele estar atestado de propios y extraños. La subida por medio de sus callejuelas nos recuerdan como era la Kyoto intemporal.

Uno de los lugares de culto más venerados desde el año 778, aunque las estructuras de madera son reconstruidos por el tercer Shogun Tokugawa. El gran pabellón sobre pilares de madera ofrece vistas fantásticas, y es uno de los edificios más fotografiados. Dice la leyenda que si te tiras desde al balcón del edificio principal y sobrevives, tendrás fortuna eterna. La vegetación es tan tupida que no es tarea complicada. La sakura o la floración del cerezo estaba casi terminada, pero el verdor omnipresente.

Caminar hasta Heian Shrine por parques plagados de templos, es una delicia en si mismo. Si es muy temprano verás locales en las más diversas actividades cotidianas. Alguna señora limpia pacientemente las hojas, los comerciantes asean los exteriores de sus negocios, teterías, tiendas de artesanía y los primeros escolares con uniformes como si fueran personajes de un dibujo animado japonés se dirigen a clase.

En el medio del verdísimo Higashiyama pagodas, elaborados tejados de madera la hacen la ciudad de la fantasía. Especialmente hermosos Kadoji, Ruozen, y Chion in que por desgracia su parte más destacada está en obras.

Mis favoritos. Fushimi Inara dedicado a deidades peculiares como los zorros, mensajeros del Dios Inari, con decenas estatuas dedicadas a este animal. Heian además del jardín es de influencia puramente china y quita el hipo tan pronto entramos en su patio. No es muy antiguo pero sus edificios tratan de reconstruir el primer palacio imperial del siglo XVIII.

Lo sé. Para muchos le parecerá una herejía no haberme acercado a Kinkakuji. A pesar de la armoniosa presencia del pabellón dorada, sabía que habría miles de personas, y que como tal era uno de los templos más sobrevalorados de la ciudad.

La Kyoto de los Shoguns

Aunque el Japón actual nos parece muy pacífico, sus luchas intestinas fueron brutales. Desde la guerra civil entre los Taira y Morimoto en el siglo XII, que tras la victoria de estos últimos se instaurará el shogunato durante más de 700 años. Shoguns y Samurais, con sus luchas feudales medievales. En el Japón medieval, el poder convivía entre dos figuras. El emperador descendiente de los dioses, y el shogun, que era quien gobernaba realmente y concentraba gran poder. Desde Kyoto a Osaka o Edo (hoy Tokyo). Sus palacios eran colosales.

O “colosales” en el paradigma japonés. Madera, hermosas tallas, lacados, pinturas y minimalismo. El Castillo de Noji es de los pocos intactos. Siglo XVII, patrimonio de la humanidad es un palacio enorme.

Residencia de los Tokugawa se llega tras cruzar un foso, traspasar una potente puerta fortificada, y más adentro a través de una puerta tallada encontramos cinco edificios interconectados. Es tesoro nacional por sus pinturas, tallas, y sobre todo por hacernos una idea de como vivía la clase poderosa del Japón imperial medieval y que difiere poco de lo que vemos en muchas peliculas de epoca. Tras otro foso el Palacio Honmaru.

El Kyoto de los jardines

Verde por excelencia, el jardín japonés esta arraigado profundamente en una sociedad que vive en armonía con la naturaleza. Todo es muy zen. Tiene varias características como un cierto desorden, presencia del agua, los elementos minerales como en jardín inanimado e inorgánico de Ryoan Ji. La presencia de jardines “perfectos” es constante. A veces con agua, otras con altares, y cientos de templos difuminados. De hecho el Kyoto que rodea a la gran ciudad moderna, es un verde alfombrado donde salen templos y pagodas en cada esquina.

Mis dos elecciones fueron: la sorpresa del jardín del Heian con una inmensa extensión de un jardín típicamente Japonés, muy cuidados y en donde florecen variedades locales, lagos, paseos de piedra entre lagos, flores, etc. No había nadie visitándolo, y casi caminé en un sosiego perfecto. Agradecí que la visita fuera a media jornada cuando estaba cansado. Me sirvió para oxigenar, cuerpo y alma. El del Castillo de Noji está algo más domesticado, hasta el punto de parecer haber sido diseñado con un riguroso orden y distribución, y en donde no se le deja a la naturalezas capacidad de improvisación.

Me sentía muy contento de mi experiencia en Kyoto. Decidí dos cosas: darme un pequeño lujo. En primer lugar comprarme una Bento box en la estación.

O sea, un “take away” a la japonesa. Una cajita con “cositas” japonesas, colocadas como si fueran un cuadro de varios tipos, formas, y colores. Desde las más baratas a las más caras. Y tomarme un famoso tren bala de vuelta.

La verdad es que por 15 euros, conseguí plaza en el más rápido y lujoso de ellos, en base “asiento no reservado”. Los tres primeros vagones. Lo sé, desde lo de Angrois ya no me atrae la velocidad, pero olvidé mi tragedia local, y disfruté del Shinkansen Nozomi.

Tenía solo 13 minutos para comer mi bento box con palillos. Rápido, rápido. Es tan suave, estilizado y hermoso que no vibra ni un ápice. A velocidad vertiginosa nos vamos acercando a los altos rascacielos de Osaka de nuevo.

Fue el día más perfecto en mucho tiempo.

Tiempo extra para pasear por las lujosas del Osaka comercial antes de volver al puerto.

1 thought on “KYOTO: Alma de Japón

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