La Irlanda tradicional

La verdad, que mis zapatillas no querían más asfalto. Era hora de adentrarse en estampas de películas irlandesas. No sé si como El Hombre Tranquilo de John Wayne, pero en busca de algo bucolismo irlandés, o héroes épicos como el indómito Braveheart. Cierto, querido lector, Braveheart era Escocés; sin embargo la película en cuestión fue rodada en las montañas de Wicklow. Un lugar purísimo, a un tiro de piedra de la capital irlandesa.

Páramos inhóspitos y salvajes, pueblos y típicos cottage, y sobre todo lagos que parecían sacados de un cuento de Merlín. Solo faltaba el monstruo. Vistas espectaculares, y sobre todo la naturaleza irlandesa con toda su potencia visual. Subidas, bajadas, curvas, lugares sin cobertura de móvil, ascensión a la montaña para bajar a valles tradicionales.

Tras haber elegido un pueblo típico irlandés, opté por fusionarme todavía más con el entorno rural. Nada mejor que esas granjas tan “irlandesas” en donde desconectas, sigues emborrachándote de aire puro, y sobre un césped cortado, en el que puedes casi caminar, una amable ancianita te sirve un tradicional té irlandés, desde su cocina, preparado con todo mino.

No puede haber espectáculo más hermoso, si además del silencio, tienes las impresionantes vistas del Lago Glendalough. Tras la ingesta calórica decidí buscar otro mito: tras los Leprechaun, diminutos duendes que se esconden en ollas de oro al final del arco iris, y detrás de los tréboles. A pesar que comenzaba a salir un arco iris tras las montañas de Wicklow, no pude encontrar ninguno.

Para concluir con la esencia, ha que caminar por las raíces celtas del asentamiento monástico de Glendalough. Si en Galicia tenemos castros celtas, en Irlanda su presencia y desarrollo, no se vio interrumpida por la dominación romana, y podemos ver su evolución en épocas post cristianas. Torres altivas, estructuras de piedra, y sobre todo cementerios con las tradicionales cruces celtas. Todo ello mirando al lado.

Comenzaba a levantarse una molesta neblina que dotaba a todo de un aura especial, y decidí regresar a la moderna Dublín, no si ante seguir empapándome de estampas rurales, por otro camino más domesticado pero igualmente hermoso. Granjas, sembrados, las sempiternas ovejas irlandesas, lagos y pueblecitos tradicionales. Seguiré hablando, de lagrimas e intolerancia. Rumbo al Irlanda de Norte.

 

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