Rumbo a Rio


AF447, o vuelo de Air France que se cae en el medio de Atlántico, cuando volaba desde Rio de Janeiro a París. El primer A330 perdido, en uno de los accidentes más escalofriantes de la historia de la aviación. Siempre cruzando la ICFZ (o sea especie de muralla de tormentas que blinda el Ecuador), que hace que los aviones, en plena oscuridad la crucen como bailarinas a través de un medio hostil, y pasillos llenos de formidables tormentas perfectas. Tras deshojar la margarita, me había decidido. Volar a Rio, lo hago precisamente en otro A330 de Air Portugal, me producía un cierto desasosiego. Cierro mis maletas y me voy al aeropuerto para hacer un Santiago-Madrid-Lisboa-Rio de Janeiro. O sea, si no quieres “taza de gazpacho”, dos.

La tarifa era especialmente jugosa. Cierro mi maleta, y miro las previsiones meteorológicas, y una masa negra como los pecados, cubre Lisboa. Bueno, todo lo que sea por el crucero tan largamente soñado. Rio de Janeiro, Santos, Ilheus, Buzios, Salvador de Bahía. La idea era ver un mini compendio de un país excitante. La gran urbe de la voluptuosidad, Rio; una megapolis por excelencia como Sao Paulo, monumentalidad de Salvador, ciudad colonial y chocolatera de Ilheus y Buzios una especie de disfrute de los placeres del litoral de Brasil. Un aperitivo breve de Brasil. Air Portugal es una aerolínea con la que es un placer volar. Aviones nuevos, catering en cualquier vuelo, y aunque la aproximación a Lisboa fue ligeramente turbulenta, el vuelo a Rio no se presentaba demasiado problemático. 

Despegue de manual con el A330, configurado con pantallas individuales, asientos envolventes, y tras dejar detrás al frente borrascoso, el cielo tras las Islas Canarias se presentaba especialmente tranquilo y limpio. Vuelo diurno, y tras la degustación de una típica comida portuguesa en donde no puede faltar el balalao, me dispongo a aplicar el remedio. Todos los vuelos en mi caso duran dos horas: Madrid-Singapur-dos horas, Madrid-Moscú-dos horas, Madrid-Rio-dos horas. Es el efecto de trankimazin con cerveza que suele acompañar el postre. Despierto para tomar la merienda, y mi siguiente observación , tras salir de un profundo sueño y del psicolabis de la merienda, es un paisaje agreste montañoso, y verde. Nos aproximábamos al aeropuerto de Rio de Janeiro. 

Pero antes había que cruzar la línea Vermelha, infausta autopista, que une el aeropuerto con la ciudad y es motivo de problemas de seguridad por su alto número de atracos, tiroteos etc. Mi acompañante local, bromea con los peligros de la vía en cuestión, y sobre todo de la ciudad. Sin embargo observo como no para, ni en un sólo semáfono, y pone celosamente el cierre de seguridad a todas las puertas del coche. 
Debe ser una especie de leyenda urbana, porque tras una rápida conducción entre un tráfico muy caótico, llegué de noche al Sofitel Rio de Janeiro, entre Copacabana e Ipanema. Moderadamente lujoso, francés, de diseño tiene el encanto de un refinado hotel boutique. Ducha rápida, y como iba a estar en la excitante ciudad carioca unas 24 horas, salí pitando para subirme el Pao de Azucar, sobre el que se preparaba una formidable tormenta, de esas tropicales, y una cena en un restaurante local el Real Astoria en pleno Botafogo, para degustar una típica moqueca mirando a la Bahía de Guanabara. 

Lástima que la tormenta nos empujara, desde la terraza al interior, porque la lluvía tropical amenazaba con aguarnos la fiesta. Tras un paseo nocturno, incluso por las inmediaciones del alguna favela como la Rosihna, y ver el ambiente nocturno, estaba tan rendido, que no deparé en las virtudes de mi lujoso alojamiento. Mañana sería un día muy intenso. 
Continua en

http://www.waveandwind.net/2012/04/crucero-msc-opera-2-rio-de-janeiro.html

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