Estambul y su cotidianeidad

Hace una brisa leve en el Bósforo. Un enjambre de barquitos, lleva a los habitantes de una parte a otra. La sol emborracha de luz las aguas, al tiempo que el moacín llama a oración. Miro hacia el mar, y una mujer disfruta del entorno con los ojos cerrados deleitándose en la escena. Un euro por tus pensamientos. 
Mucha gente viaja a Estambul por sus mezquitas, otros por sus mercados, y otros muchos por su ambiente. A mi, junto con todo esto me gusta disfrutar mirando a la gente, y disfrutando de las estampas urbanas. 
Una ciudad, moderna, abierta, cosmopolita, pero que todavía lo tradicional se resiste a morir. Hay partes de la ciudad, que no difieren mucho de cualquier moderna capital Europea. Se compite en modernidad por cada esquina. 

No me llama la atención, lo «modermos» que quieran parecer, sino si habilidad de fusionarlo con la ideosincrasia local. En la zona norte de Taksim grandes marcas, cafés de moda, boutiques prestigiosas se mezclan con enormes rascacielos con centro comerciales chupi guays. Mi lugar, son las estribaciones Begloyu, Istikal, y un barrio en donde todavía late estampas locales, de un tipismo destacado. Puestos de zumo de granada, vendedores de castañas, y el olor a almíbar en golosas tiendas de dulces que parecen haber resistido inmutables, desde la época de los sultanes. 
Se dice que las ropas tradicionales vuelven con inusitada fuerte, en la Turquía de Erdogan. Tal vez. Pero sigue siendo una cultura abierta, tolerante, en donde puedes entrar con sigilo en una mezquita, y contemplar su esplendida arquitectura, sin que la gente se moleste aun estando en plena oración. Me fascina el entorno de la Mezquitas de las Palomas. Los vendedores locales de comida para las aves, y el bullicioso del Mercado de las Especies. Cierto que es ya algo turistón, pero la gama de colores, olores sigue siendo una caricia para los sentidos. 
Develi, la cuna del mejor Turkish Delight del mercado me recibe con un «manda carallo». Al tiempo, que en el exterior la gente disfruta en los pequeños cafés de una buena taza de Lezzo. Me gusta la cotidianeidad de la ciudad. Todavía los pescadores del Puente Galata, siguen extendiendo un mar de cañas, día y noche y los habitantes de Estambul disfrutando del pescado a la parrilla. 
Sultanahmet, lo que podríamos denominar el viejo Estambul con sus pequeños hoteles boutiques, casitas de madera, empinadas callejuelas entres árboles, que esconden locales tradicionales, un lugar donde refugiarte del bullicio. Soñar, pasear, y hasta deleitarse de los vendedores de helados locales del Hipódromo, que todavía siguen coqueteando, y jugando con tu helado. Es la Estambul más vital. 

Estambul. Es una ciudad escaparate que te sorprende en cada esquina.

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