RUNNING ON WAVES: Embarque

Buscamos vacaciones perfectas. A muchos les gustan la masa, lo falso, y las vacaciones low cost. Si hacemos un crucero escondernos dentro, y dejarnos seducir por un montón de placeres vulgares y corrientes. Enormes barcos que buscan en mar como pretexto, para encerrar a sus pasajeros. Después de haber navegado en decenas de barcos, buscaba algo que pasase de puntillas, cabalgase sobre las olas, y me colocase en el centro de la experiencia de la navegación. 

Cierro el mínimo equipaje, empaco lo básico y sentado en el vuelo de Volotea, me imagino el sonido de las velas. El mar y el silencio. Estar solo, y que un velero fuera mi nexo de conexión con las Islas Griegas. Me quedo dormido. Sueño, y mucho. Pirata, grandes navegantes, expediciones y veleros acercandose sigilosamente a tierra como una buena novela de aventuras. Hace tanta falta las experiencias únicas en este mundo de la prisa, y lo falso. No sabía hasta que punto, el haber reservado en este pequeño velero iba a significar un antes y un después.

El A319 toca tierra, y como siempre el Egeo refulgía con inusitada fuerza. ¿Por qué no me canso de volver una y otra vez?. Mi taxi de deja en el Pireo. Me entra un sudor frío cuando veo hordas de vociferantes pasajeros haciendo una interminable cola. ¡Que pereza¡. No; no quiero esto. Faltaría «plus». Aun hay clases.  En cinco minutos, camino hacia el Running on Waves; y me enamoro. No hay proceso de embarque. Simplemente es nuestro yate. Subimos y estamos una pequeña cubierta tomando un cocktail. ¿Viajar en yate privado será eso?.

Una fila de tripulantes «cool» con sonrisa profidén nos esperan en cubierta. Bandejas de canapés, copas de champagne. Y echamos una mirada. Esté completo el velero o no, siempre tendremos la misma sensación: «Seremos pocos». Algo así como un encuentro de colegio, años después, con la salvedad que se trata de nuevos compañeros. En dos segundos una ensalada de «apretones de manos»,  y conocemos a toda la tripulación.

Lentamente el hermoso velero, se despega del muelle. Puedo escuchar un insufrible «Tumba a tumba» en el mastodonte que está al lado, y suavemente deslizándose furtivamente, nuestro barco deja atrás a los grandes barcos de crucero, y enfila el Egeo, con poderío, dignidad, y un reparador silencio. Se había levantado una deliciosa brisa, y el sol comenzaba a «zambullirse en el mar», con una borrachera de tonos carmesí y canela.

No es que me sienta como Rose la del Titanic, pero voy a proa, pongo música clásica, y cierro los ojos. Comienzo a sentirme muy bien, y nunca había estado tan relajado tras un embarque. Creo que va a ser un enamoramiento rápido.

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